Antonie van Leeuwenhoek (1632-1723) fue un comerciante de
telas holandés aficionado a tallar lentes, pero ha pasado a los libros de
historia como el padre de la microbiología, por sus excepcionales observaciones
del mundo microbiano a través de unos sencillos microscopios que él mismo se
construía.
Sus descripciones sobre la vida microscópica que se esconde en una
gota de agua fueron recibidas al principio por muchos científicos extrañados de
la época, incluso de la prestigiosa Royal Society londinense. Leeuwenhoek fue
la primera persona que vio bacterias.
En realidad Leeuwenhoek no inventó el microscopio.
Probablemente fue otro holandés Zacharias Janssen (1588-1638) quien construyó
el primer microscopio compuesto de dos lentes, que consistía en un simple tubo
de unos 25 cm de longitud y 9 cm de ancho con una lente convexa en cada
extremo. Estos microscopios eran en realidad una lupa capaz de conseguir unos
pocos aumentos.
El inglés Robert Hooke (1635-1703), contemporáneo de
Leeuwenhoek, publicó en 1665 el libro Micrographía, donde describía las
observaciones que había llevado a cabo con un microscopio compuesto diseñado
por él mismo de unos 30 aumentos. Este libro contiene por primera vez la
palabra célula. Hooke descubrió las células observando en su microscopio una
lámina de corcho, dándose cuenta de que estaba formada por pequeñas cavidades
poliédricas que recordaban a las celdillas de un panal.
Sin embrago, el microscopio de Leeuwenhoek era distinto.
Consistía en una pequeña lente biconvexa montada sobre una placa de latón, que
se sostenía muy cerca del ojo. Las muestras se montaban sobre la cabeza de un
alfiler que se podía desplazar mediante unos tornillos que permitían enfocar.
En realidad el microscopio de Leeuwenhoek era una simple lupa, pero de exquisita
calidad, con la que podía alcanzar hasta unos 200 aumentos.
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